El humano, un ser que, en su más temprana existencia, no tenía otra opción más que velar por sus necesidades básicas. En esta simpleza, había cierta perfección, una aburrida bajo mi opinión, pero qué más da. Aun así, la evolución fue cambiando ese paradigma a uno mucho más pesado. Volviendo al ser humano un cúmulo de necesidades a cumplir. Maslow lo retrató, según yo, a la perfección Lo curioso es que, en la complejidad, nuestra raza tiende a la decadencia, abrazando la ironía de la que tanto se ríe el mundo. Es decir, cuando se sacia todo este embrollo, ocurre un efecto digno de risas. El mismo que necesitaba eso para sentirse pleno, ¡no hace otra cosa más que autosabotear su progreso! Tal vez en una búsqueda inconsciente por no hallar ese vacío que produce la incertidumbre. De ahí el descomunal crecimiento del llamado “Hombre masa”, un hombre de necesidades, pero ninguna obligación con el mundo o consigo mismo. Un pelmazo que rinde su vida al dinero, sus demandas fisiológicas o incluso a aquellas cosas que atentan contra su integridad. Una plasta que pasa cada día de su vida sin un solo brillo en sus ojos. Peor aún, cuando estos errores de la naturaleza no tienen el más sentido crítico; siguiendo a rajatabla, aquella ley, que dicta el reinado del tuerto en un mundo repleto de ciegos. Donde estos segundos son dichos ineptos que aplauden la mediocridad de quien posee el privilegio visual; mientras que desprecian o desconfían del conocimiento y las obras maestras, con excusas conspiranoicas y desinformación generalizada. En efecto, damas y caballeros, el mundo debe estar retorciéndose de la risa, pues, pese a tantos avances, tantas mentes brillantes que han empujado nuestro planeta al progreso; aquel que deambula por esta tierra, se ve cada día más deshumanizado, más decrépito.